Un día como hoy, hace 99 años (26/11/
1922) el arqueólogo británico Howard Cárter descubrió la tumba del rey Tutankamón.
Los siguientes días parecieron gloriosos, periodistas de todo el mundo
revoloteaban alrededor del increíble hallazgo. Muy poco después un factor desconocido
cambió las caras de festejo en caras de estupor siniestro y desconcierto,
comenzó una larga cadena de muertes inexplicables, de muchos de los que estaban
vinculados al descubrimiento. Uno de los primeros en fallecer fue Lord Carnarvon,
el mecenas de Carter, murió unos meses después del descubrimiento (23/4/1923) en
El Cairo, justo a la misma hora que un apagón de luz dejo sin luz toda la
ciudad, la compañía eléctrica no supo explicar las causas del fallo en el
servicio, a la misma hora a la que Lord Carnarvon fallecía en Egipto, su perra
Susie moría inexplicablemente en Inglaterra. Poco después, Lord Aubrey Herbert, hermano del fallecido, se suicidó en un
arrebato de locura. Y la esposa del que fuera impulsor del
descubrimiento de la tumba, Lady
Elizabeth Carnarvon, pereció en febrero de 1929 por la picadura de un insecto “desconocido”.
Howard Cárter, vio en
pocos años en un desfile macabro cómo iban cayendo uno tras otro sus
mejores amigos y colaboradores. Pero no sólo colaboradores, también el príncipe egipcio Ali Kemel Fhamy fue
asesinado por su esposa en el Hotel Savoy de Londres, pocos días después de haber visto la tumba.
Arthur Mace, el asistente de Cárter, falleció antes de que pudiera ser vaciada
la tumba, y su secretario Richard Bethell también murió en noviembre de 1929 de nuevo de forma inexplicable, pues fue
a echarse una cabezada en el Bath Club de landres, estando totalmente sano, y jamás despertó, sin
que los médicos hallaran la causa de lo sucedido. El egiptólogo francés Georges Benedite, tuvo
una caída mortal a los pocos días de visitar la tumba. Los doctores Douglas Derry y Alfred Lucas,
murieron de sendos ataques al corazón en 1925, de manera sincronizada e incomprensible.
Este cúmulo de continuadas tragedias, fue comidilla de la prensa de entonces, se hablo de la leyenda de la maldición de Tutankamon, porque el sello de la antecámara de la tumba decía lo siguiente: “Transportada por sus alas, la muerte sorprenderá a cualquiera que se acerque a la tumba del faraón”. Las defunciones no cesaban: Sir Archivald Reid, el encargado de realizar las radiografías de la momia, murió de vuelta a Londres tras realizar su trabajo; al igual que le ocurrió al industrial británico Joel Wool, para quien el de regreso se murió en el transatlántico; el multimillonario estadounidense George J. Gould, que murió al día siguiente de visitar la tumba. En total, de las veinte personas que había cuando se descubrió el sarcófago, fallecieron trece, y la cadena de víctimas relacionadas con el hallazgo alcanzó el número de treinta, interrumpiéndose las defunciones al comenzar la siguiente década.
En la foto se muestra a H. Carter y su equipo examinando al faraón, muy poco después la mayoría de los presentes en la imagen murieron en distintas circunstancias.
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