Su teoría de la justicia se funda en
el concepto de equidad, y basada en dos
principios: 1) cada individuo tiene el derecho a la mayor libertad posible
compatible con la misma libertad para otros; 2) la desigualdad social y
económica son justas siempre y cuando mejoren la situación de los más pobres o desfavorecidos.
Puede decirse que su
teoría de la justicia es una versión del utilitarismo. Según él, aún tomando en
cuenta todos los costos que implica la redistribución del ingreso, la
distribución justa del ingreso nacional (PBI) es la que logra que las personas más
pobres estén lo mejor posible. Los ingresos de las personas más ricas deben
gravarse con mayores impuestos y lo que sobra, una vez pagados los costos del
sistema burocrático de administración fiscal y de transferencias, debe
transferirse a los pobres. La única condición es que impuestos no sean tan
altos como para provocar que el PBI disminuya, por afectar los incentivos, hasta
el punto en que el pobre termine obteniendo una porción absoluta más pequeña. Una
porción mayor de un PBI más pequeño puede ser menor que una porción más pequeña
de un PBI más grande. La meta es lograr que la porción que obtenga la gente más
pobre sea tan grande como se pueda, aunque ésta no corresponda a una
participación equitativa (que es lo más probable). El más destacado
contrincante de su teoría su amigo y colega Robert
Nozick, quien le respondió en su libro Anarquía, estado y utopía (1974), afirmando que la idea de
justicia como un beneficio o un resultado (tal como la propone Rawls) no puede
funcionar, y que el concepto de lo justo debe basarse en el “principio de simetría” (las personas en una situación similar
deben ser tratadas igual), que es la “regla de oro” de todas las religiones: “Trata
a los demás como quieras que ellos te traten a ti”.
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