Un día como hoy, 10/12/1968, fallece Karl Barth, Teólogo protestante suizo, uno de los más
influyentes del siglo XX, junto a Tillich, Bultmann, Balthasar, Bonhoeffer, Cullmann y otros pocos. Barth inició un cambio radical en
el pensamiento protestante, enfatizando en la "total otredad de Dios” por sobre
el antropocentrismo de la teología liberal del siglo XIX. Barth enfatizó en el Dios de “La Epístola a los Romanos” el «Deus absconditus». Sus obras son difíciles de leer para los
teólogos católicos, no tanto por su contenido sino porque Barth pensaba y hablaba
de otra manera, su terminología y todo el sistema de categorías, el vocabulario
y los esquemas de pensamiento estaban configuradas por el idealismo alemán
mientras que los teólogos católicos, en general, piensan y hablan desde la
línea de la escolástica aristotélica.
En sus
primeros años de carrera estudió en las universidades de Berna, Berlín, Tubinga
y Marburgo, donde asimiló las ideas de A.Von Harnack, Herrmann y F.
Schleiermacher. Luego conmocionado por el desastre de la Primera Guerra Mundial
y desilusionado por el colapso de la ética del idealismo religioso, cuestionó
la teología liberal de sus maestros y sus raíces en el pensamiento
racionalista, historicista y dualista que había surgido de la Ilustración.
Con el ascenso de Adolf Hitler al poder en 1933, Barth se involucró profundamente en la lucha de dentro de la iglesia (tuvo una fuerte polémica con Brunner quien opuso a Barth seis tesis en “Naturaleza y gracia” (1934), donde defendía el concepto de teología natural. Barth respondió con un opúsculo decidido y de título brevísimo, ¡No! (1934). Resultado de este enfrentamiento participó en la fundación de la llamada Iglesia Confesante, que reaccionó vigorosa e indignadamente contra el intento de establecer una iglesia "cristiana alemana" apoyada por el gobierno nazi. En la famosa Declaración de Barmen de 1934 expresó su convicción de que la única manera de ofrecer una resistencia efectiva a la secularización y paganización de la iglesia en la Alemania nazi era aferrarse a la verdadera doctrina cristiana. Se negó a prestar juramento de lealtad a Hitler, por ello fue expulsado de su cátedra y huyó a su Basilea natal. Desde esa fecha hasta el final de la guerra, continuó defendiendo la causa de la Iglesia Confesante, de los judíos y de los oprimidos en general. Lamentablemente sus ideas fueron recicladas en apoyo a tendencias teológicas revolucionarias (Teología de la Liberación), que en el siglo pasado apoyaron el terrorismo (años ´60 y ´70) en Latinoamérica, con la intención de instaurar regímenes comunistas a través de la insurrección armada.
La obra
de Barth es muy extensa y variada, entre la que se destaca su Dogmática de la
Iglesia (La
Dogmática eclesial), una notable contribución a la teología del siglo 20, iniciada antes de que Hitler tome el poder,
termina, inconclusa, un año antes de la muerte de Barth (10/12/1968)
distribuida en 13 tomos (hay un décimocuarto tomo de índices), con un total de
9.185 densas páginas, que contienen una poderosa epistemología y un relato del Acto y el Ser
de Dios, en el que integra factores dinámicos y ontológicos en el conocimiento
teológico. A esta obra se la puede considerar como la Summa theologica del siglo xx.
Barth recuperó la centralidad de la doctrina de la Trinidad dentro de la estructura dinámica y racional de la dogmática cristiana; de particular importancia fue su reapropiación de la cristología de la iglesia antigua. Establece que Dios puede ser conocido sólo de acuerdo con su propia naturaleza y rechaza la visión del siglo XIX que veía una identidad entre el Espíritu de Dios y la autoconciencia religiosa o entre las leyes de Dios y las estructuras naturales de la vida y la historia del hombre. Basándose en los Padres de la Iglesia y los Reformadores, Barth exigió un retorno a la enseñanza profética de la Biblia (en Jeremías y los escritos de Pablo), de la cual creía que los Reformadores eran auténticos exponentes. Aceptó y asimiló muchas de las críticas del cristianismo histórico de Juan Calvino, Martín Lutero, Soren Kierkegaard, Fiódor Dostoievski y Franz Overbeck. La esencia del mensaje cristiano, afirmó, era el amor abrumador del Dios absolutamente supremo y trascendente, que viene en infinita condescendencia para entregarse a la humanidad en libertad y gracia incondicionales.