jueves, 9 de diciembre de 2021

Un día como hoy, 10/12/1968, fallece Karl Barth, Teólogo protestante suizo, uno de los más influyentes del siglo XX, junto a Tillich, Bultmann, Balthasar, Bonhoeffer, Cullmann y otros pocos. Barth inició un cambio radical en el pensamiento protestante, enfatizando en la "total otredad de Dios” por sobre el antropocentrismo de la teología liberal del siglo XIX. Barth enfatizó en el Dios de “La Epístola a los Romanos” el «Deus absconditus». Sus obras son difíciles de leer para los teólogos católicos, no tanto por su contenido sino porque Barth pensaba y hablaba de otra manera, su terminología y todo el sistema de categorías, el vocabulario y los esquemas de pensamiento estaban configuradas por el idealismo alemán mientras que los teólogos católicos, en general, piensan y hablan desde la línea de la escolástica aristotélica.

En sus primeros años de carrera estudió en las universidades de Berna, Berlín, Tubinga y Marburgo, donde asimiló las ideas de A.Von Harnack, Herrmann y F. Schleiermacher. Luego conmocionado por el desastre de la Primera Guerra Mundial y desilusionado por el colapso de la ética del idealismo religioso, cuestionó la teología liberal de sus maestros y sus raíces en el pensamiento racionalista, historicista y dualista que había surgido de la Ilustración.

Con el ascenso de Adolf Hitler al poder en 1933, Barth se involucró profundamente en la lucha de dentro de la iglesia (tuvo una fuerte polémica con Brunner quien opuso a Barth seis tesis en “Naturaleza y gracia” (1934), donde defendía el concepto de teología natural. Barth respondió con un opúsculo decidido y de título brevísimo, ¡No! (1934). Resultado de este enfrentamiento participó en la fundación de la llamada Iglesia Confesante, que reaccionó vigorosa e indignadamente contra el intento de establecer una iglesia "cristiana alemana" apoyada por el gobierno nazi. En la famosa Declaración de Barmen de 1934 expresó su convicción de que la única manera de ofrecer una resistencia efectiva a la secularización y paganización de la iglesia en la Alemania nazi era aferrarse a la verdadera doctrina cristiana. Se negó a prestar juramento de lealtad a Hitler, por ello fue expulsado de su cátedra y huyó a su Basilea natal. Desde esa fecha hasta el final de la guerra, continuó defendiendo la causa de la Iglesia Confesante, de los judíos y de los oprimidos en general. Lamentablemente sus ideas fueron recicladas en apoyo a tendencias teológicas revolucionarias (Teología de la Liberación), que en el siglo pasado apoyaron el terrorismo (años ´60 y ´70) en Latinoamérica, con la intención de instaurar regímenes comunistas a través de la insurrección armada.  


La obra de Barth es muy extensa y variada, entre la que se destaca su Dogmática de la Iglesia (La Dogmática eclesial), una notable contribución a la teología del siglo 20, iniciada antes de que Hitler tome el poder, termina, inconclusa, un año antes de la muerte de Barth (10/12/1968) distribuida en 13 tomos (hay un décimocuarto tomo de índices), con un total de 9.185 densas páginas, que contienen una poderosa epistemología y un relato del Acto y el Ser de Dios, en el que integra factores dinámicos y ontológicos en el conocimiento teológico. A esta obra se la puede considerar como la Summa theologica del siglo xx.

Barth recuperó la centralidad de la doctrina de la Trinidad dentro de la estructura dinámica y racional de la dogmática cristiana; de particular importancia fue su reapropiación de la cristología de la iglesia antigua. Establece que Dios puede ser conocido sólo de acuerdo con su propia naturaleza y rechaza la visión del siglo XIX que veía una identidad entre el Espíritu de Dios y la autoconciencia religiosa o entre las leyes de Dios y las estructuras naturales de la vida y la historia del hombre. Basándose en los Padres de la Iglesia y los Reformadores, Barth exigió un retorno a la enseñanza profética de la Biblia (en Jeremías y los escritos de Pablo), de la cual creía que los Reformadores eran auténticos exponentes. Aceptó y asimiló muchas de las críticas del cristianismo histórico de Juan Calvino, Martín Lutero, Soren Kierkegaard, Fiódor Dostoievski y Franz Overbeck. La esencia del mensaje cristiano, afirmó, era el amor abrumador del Dios absolutamente supremo y trascendente, que viene en infinita condescendencia para entregarse a la humanidad en libertad y gracia incondicionales.

domingo, 5 de diciembre de 2021

 Un día como hoy, 5/12/1901, nació Werner Heisenberg, físico alemán Premio Nobel de Física en 1932 por su aplicación de la mecánica matricial a la teoría cuántica (1925), con ella podía pronosticar los mismos datos que predecía su rival Schrodinger (el señor de los gatos) con su famosa ecuación, aún vigente, pero que usaba matemáticas ondulatorias. Esto había dado lugar a una disputa respecto a cuál de los dos comportamientos de la naturaleza era el correcto, esta disputa fue luego resuelta por Dirac como equivalentes.

Heisenberg dirigió la investigación científica del proyecto de la bomba atómica alemana durante la II Guerra Mundial, de él dependió que Alemania no tuviese la bomba antes que los norteamericanos, hizo lo necesario para retrasarla alegando que era sumamente complicado, él sabía que su obtención hubiera cambiado el curso de la guerra y la historia, su ex compañero Born en cambio, que debió haber hecho lo mismo en EEUU (retrasar la obtención de la bomba) no lo hizo, probablemente detrás de este hecho esté la airada discusión que puso fin a la amistad entre los dos (Born y Heisenberg), ambos sabían que para cualquiera de ellos hacer la bomba era relativamente fácil. Al finalizar la guerra Heisenberg fue encarcelado en Inglaterra.
Entre sus numerosas obras el aporte teórico más importante fue la enunciación del Principio de Incertidumbre, cuyas consecuencias son de la misma importancia que puede tener la teoría de la relatividad de Einstein. Este
principio de afirma que la velocidad (o momento) y la posición de una partícula en un instante determinado no se pueden conocer con exactitud: cuanto mayor es la precisión con que se mide una, menos se conoce la otra.
Heisenberg argumentó que el propio acto de observar una partícula la cambia, haciendo imposible un conocimiento preciso. Por lo tanto, no se puede predecir con certeza ni el comportamiento pasado ni el futuro de una partícula subatómica, es decir: “El determinismo ha muerto”.

Von Neumann interpretando a Heisemberg diría que si un átomo carece de posición o momento a menos que hayamos medido su posición o momento, entonces hay un mundo de cosas en sí mismas que se convierte en un mundo de apariencias merced a nuestra interferencia, y por tanto sólo podemos conocer el mundo de las apariencias.  (¿algo similar a lo que dice Platón?).


De acuerdo a la física clásica, de Newton, si el mundo que nos rodea es un mecanismo de relojería físico que está, ante todo, contenido en sí mismo: en el perfecto mundo físico determinista, sencillamente no hay lugar para ninguna intervención del exterior. Todo cuanto sucede en ese mundo está físicamente predeterminado, incluso nuestros movimientos y, por tanto, todas nuestras acciones. Así, todos nuestros pensamientos, sentimientos y esfuerzos no pueden tener ninguna influencia práctica en lo que sucede en el mundo físico: son, si no meras ilusiones, en el mejor de los casos, subproductos ("epifenómenos”) de acontecimientos físicos. Laplace, en base a la física de Newton, había ido más lejos al afirmar: “Una inteligencia que, en un instante dado, abarcase el conocimiento de todas las fuerzas de las que la naturaleza está animada y la respectiva situación de los seres que la integran, y fuese ella de amplitud suficiente para analizar todos estos datos, sería capaz de condensar en una fórmula, desde los movimientos de los cuerpos más grandes del Universo hasta los del más ligero átomo. Nada permanecería incierto para esta inteligencia y tanto el porvenir como el pasado estaría presente ante sus ojos».

El principio de incertidumbre echa por tierra este determinismo físico, para el cual cada acontecimiento físico en el distante futuro (o en el distante pasado) es predecible con cualquier grado de precisión, siempre y cuando tengamos suficiente conocimiento acerca del estado actual del mundo físico. A partir de Heisemberg, ya no se puede hablar de causa y efecto, sino sólo de posibilidad.  Si bien a Einstein y otros muchos esto les resultaba difícil de aceptar,  tuvieron que estar de acuerdo pues eso era lo que se desprendía de las ecuaciones.  La física había sobrepasado la experiencia del laboratorio y su método se afirmaba con firmeza en el reino de las matemáticas abstractas. Las consecuencias de la mecánica cuántica no sólo cambiaron nuestra vida cotidiana (todo lo que tenga un chip es cuántico, celulares, PC, electrodomésticos, etc.) sino nuestra interpretación del mundo y de la objetividad científica, así Niels Bohr (Nobel 1922) en su interpretación de la mecánica cuántica (interpretación de Copenhague) argumentó que los experimentos aislados no existen, que las intervenciones del observador determinan los resultados de los experimentos cuánticos. Con lo cual se pone en tela de juicio la propia objetividad de la ciencia.

lunes, 29 de noviembre de 2021

 Un día como hoy, 29/11/1898, nació C. S. Lewis un escritor británico, medievalista y apologista cristiano, reconocido por sus obras de ficción, la más popular fue “Las crónicas de Narnia”. Crítico literario, académico de la universidad de Oxford y locutor de radio norirlandés. Lewis escribió novelas de ficción como “Cartas del diablo a su sobrino” y la “Trilogía cósmica” todas con temáticas apologéticas cristianas, y ensayos apologéticos (mayormente en forma de libro) como “Mero Cristianismo”. “Los milagros” y “El problema del dolor”, etc. Fue muy amigo de J. R. R. Tolkien (autor de El Señor de los Anillos), también prominente figura de la facultad de inglés de la Universidad de Oxford.

Lewis fue bautizado en la Iglesia de Irlanda cuando nació, pero durante su adolescencia se hizo ateo. Debido a la influencia de Tolkien y otros amigos, a los 30 años, Lewis se reconvirtió al cristianismo, lo cual tuvo un profundo efecto en sus obras, y sus transmisiones radiofónicas en la II guerra, que fueron muy populares y aclamadas. Las obras de Lewis han sido traducidas a más de 30 idiomas, y vendido millones de copias, que se han popularizado en el teatro, la televisión y el cine.

Lewis tenía un gran interés e inclinación por divulgar la cultura:

(C.S.La Experiencia De Leer)

Pero sobre todo era un divulgador cristiano, lo que se refleja en innumerables frases:

“La vida con Dios no es inmunidad contra las dificultades, sino paz en medio de las dificultades”.

“Necesito a Jesús y no a algo que se le parezca”.

 “No dejes que tu felicidad dependa de algo que puedas perder”.

“La historia humana es la larga, una terrible historia del ser humano tratando de encontrar algo distinto a Dios que lo haga feliz”

“Apunta al cielo y tendrás la tierra por añadidura. Apunta a la tierra y no tendrás ninguna de las dos cosas”.

“Dios no nos ama porque seamos buenos, Él nos hace buenos porque nos ama”.

“Creo en el cristianismo así como creo que el sol ha salido. No sólo porque lo veo, sino porque gracias a que lo veo puedo ver todo lo demás”.

“El hecho de que nuestro corazón anhela algo que la tierra no puede proveer es la prueba de que el cielo debe ser nuestro hogar”.

domingo, 28 de noviembre de 2021

 

Un día como hoy, 28/11/1820, nació Friedrich Engels, filósofo y revolucionario alemán. Se crio en el seno de una rica familia comerciante y continúo siéndolo hasta el final de sus días. Conoció a Marx en París en 1844 y no dejó de colaborar con él y ayudarle económicamente hasta que este falleció en 1883. Engel redactó el borrador del famoso “Manifiesto Comunista” al que Marx dio forma definitiva en 1848.

Influido por la filosofía determinista de Hegel sostuvo que la historia solo podía explicarse sobre la base del desarrollo de las “fuerzas productivas”; suponía los males sociales de su tiempo eran el resultado inevitable de la aparición de la propiedad privada, y solo podrían eliminarse mediante una “lucha de clases” que culminase en una sociedad comunista con la “socialización de los medios de producción” (desaparición de las empresas privadas).

Fue promotor y organizador, junto con Marx, de la Primera Internacional Comunista (1870-72) y diseño el programa de la Segunda Internacional en 1889. Entre sus obras más conocidas está “Del socialismo utópico al socialismo científico” y “El origen de la familia, la propiedad y el Estado”, que habían aparecido en el “Anti-Dühring”.

Una vez fallecido Marx publicó los volúmenes II y III de El Capital. Lo hizo a partir de las notas y borradores que dejó Marx, a quién debió estimar mucho dado que más que manuscritos, lo que dejó Marx, frecuentemente parecen garabatos. El libro I de El capital es el único que se publicó cuando Marx vivía; y el libro IV fue publicado por Kautsky.

En 1886, en el prefacio a la edición inglesa, Engels pudo decir que el libro I “constituye un todo en sí mismo”. De hecho, podemos pensar que en los tomos II y III Engels recibió gran ayuda de su propia imaginación para completar la obra de Marx, y por eso hizo bien en aclarar que el Tomo I hay que “considerarlo como una obra independiente”. Por ejemplo sabemos que Marx nunca pronunció el término “materialismo dialéctico”, este “logaritmo amarillo” como gustaba llamar Marx a los absurdos teóricos. Fue Engels quien bautizó al materialismo marxista de materialismo dialéctico.

No creemos que haya traicionado u ocultado adrede el pensamiento auténtico de Marx, pues Engels es lo suficientemente honesto al exponer la confesión de Marx, al momento de definir lo que es “clase social” (El Capital T III, capítulo 52), que él ya no creía en la existencia de dos clases sociales (proletarios y capitalistas) sino que existían tantas clases sociales como diferentes fuentes de ingreso existíanEs, a primera vista, la identidad de sus rentas y fuentes de renta. Trátase de tres grandes grupos sociales cuyos componentes, los individuos que los forman, viven respectivamente de un salario, de la ganancia o de la renta del suelo, es decir, de la explotación de su fuerza de trabajo, de su capital o de su propiedad territorial.

Es cierto que desde este punto de vista también los médicos y los funcionarios, por ejemplo, formarían dos clases, pues pertenecen a dos grupos sociales distintos, cuyos componentes viven de rentas procedentes de la misma fuente en cada uno de ellos. Y lo mismo podría decirse del infinito desperdigamiento de intereses y posiciones en que la división del trabajo social separa tanto a los obreros
como a los capitalistas y a los terratenientes, a estos últimos, por ejemplo, en propietarios de viñedos, propietarios de tierras de labor, propietarios de bosques, propietarios de minas, de pesquerías, etc.

[Al llegar aquí se interrumpe el manuscrito (F. E.)]”


viernes, 26 de noviembre de 2021

Un día como hoy, hace 99 años (26/11/ 1922) el arqueólogo británico Howard Cárter descubrió la tumba del rey Tutankamón. Los siguientes días parecieron gloriosos, periodistas de todo el mundo revoloteaban alrededor del increíble hallazgo. Muy poco después un factor desconocido cambió las caras de festejo en caras de estupor siniestro y desconcierto, comenzó una larga cadena de muertes inexplicables, de muchos de los que estaban vinculados al descubrimiento. Uno de los primeros en fallecer fue Lord Carnarvon, el mecenas de Carter, murió unos meses después del descubrimiento (23/4/1923) en El Cairo, justo a la misma hora que un apagón de luz dejo sin luz toda la ciudad, la compañía eléctrica no supo explicar las causas del fallo en el servicio, a la misma hora a la que Lord Carnarvon fallecía en Egipto, su perra Susie moría inexplicablemente en Inglaterra. Poco después, Lord Aubrey Herbert, hermano del fallecido, se suicidó en un arrebato de locura. Y la esposa del que fuera impulsor del descubrimiento de la tumba, Lady Elizabeth Carnarvon, pereció en febrero de 1929 por la picadura de un insecto “desconocido”.

Howard Cárter, vio en pocos años en un desfile macabro cómo iban cayendo uno tras otro sus mejores amigos y colaboradores. Pero no sólo colaboradores, también el príncipe egipcio Ali Kemel Fhamy fue asesinado por su esposa en el Hotel Savoy de Londres, pocos días después de haber visto la tumba. Arthur Mace, el asistente de Cárter, falleció antes de que pudiera ser vaciada la tumba, y su secretario Richard Bethell también murió en noviembre de 1929 de nuevo de forma inexplicable, pues fue a echarse una cabezada en el Bath Club de landres, estando totalmente sano, y jamás despertó, sin que los médicos hallaran la causa de lo sucedido. El egiptólogo francés Georges Benedite, tuvo una caída mortal a los pocos días de visitar la tumba. Los doctores Douglas Derry y Alfred Lucas, murieron de sendos ataques al corazón en 1925, de manera sincronizada e incomprensible.

Este cúmulo de continuadas tragedias, fue comidilla de la prensa de entonces, se hablo de la leyenda de la maldición de Tutankamon, porque el sello de la antecámara de la tumba decía lo siguiente: “Transportada por sus alas, la muerte sorprenderá a cualquiera que se acerque a la tumba del faraón”. Las defunciones no cesaban: Sir Archivald Reid, el encargado de realizar las radiografías de la momia, murió de vuelta a Londres tras realizar su trabajo; al igual que le ocurrió al industrial británico Joel Wool, para quien el de regreso se murió en el transatlántico; el multimillonario estadounidense George J. Gould, que murió al día siguiente de visitar la tumba. En total, de las veinte personas que había cuando se descubrió el sarcófago, fallecieron trece, y la cadena de víctimas relacionadas con el hallazgo alcanzó el número de treinta, interrumpiéndose las defunciones al comenzar la siguiente década.

En la foto se muestra a H. Carter y su equipo examinando al faraón, muy poco después la mayoría de los presentes en la imagen murieron en distintas circunstancias.


miércoles, 24 de noviembre de 2021

 Un día como hoy, 25/11/2002, falleció John Rawls, profesor estadounidense de filosofía política en la Universidad Harvard, autor de importantes obras como Teoría de la justicia (1971) y Liberalismo político (1993),  se lo reconoce  como el filósofo político más influyente del siglo XX.

Su teoría de la justicia se funda en el concepto de  equidad, y basada en dos principios: 1) cada individuo tiene el derecho a la mayor libertad posible compatible con la misma libertad para otros; 2) la desigualdad social y económica son justas siempre y cuando mejoren la situación de los más pobres o desfavorecidos.



Puede decirse que su teoría de la justicia es una versión del utilitarismo. Según él, aún tomando en cuenta todos los costos que implica la redistribución del ingreso, la distribución justa del ingreso nacional (PBI) es la que logra que las personas más pobres estén lo mejor posible. Los ingresos de las personas más ricas deben gravarse con mayores impuestos y lo que sobra, una vez pagados los costos del sistema burocrático de administración fiscal y de transferencias, debe transferirse a los pobres. La única condición es que impuestos no sean tan altos como para provocar que el PBI disminuya, por afectar los incentivos, hasta el punto en que el pobre termine obteniendo una porción absoluta más pequeña. Una porción mayor de un PBI más pequeño puede ser menor que una porción más pequeña de un PBI más grande. La meta es lograr que la porción que obtenga la gente más pobre sea tan grande como se pueda, aunque ésta no corresponda a una participación equitativa (que es lo más probable). El más destacado contrincante de su teoría su amigo y colega Robert Nozick, quien le respondió en su libro Anarquía, estado y utopía (1974), afirmando que la idea de justicia como un beneficio o un resultado (tal como la propone Rawls) no puede funcionar, y que el concepto de lo justo debe basarse en el “principio de simetría” (las personas en una situación similar deben ser tratadas igual), que es la “regla de oro” de todas las religiones: “Trata a los demás como quieras que ellos te traten a ti”.


lunes, 22 de noviembre de 2021

 Un día como hoy, 22/11/1963, fallece Aldous Huxley, autor de “Un Mundo Feliz” (1932), su obra puede considerarse un anticipo y advertencia sobre los peligros, e inminencia, de los desastrosos experimentos utópicos del siglo XX (Nazismo, comunismo, etc.). Es una novela de ficción en la que se describe cómo el intento de construir el sueño de un paraíso terrenal (utopía) termina en una pesadilla (distopía). Quién lee esta obra no puede dejar de pensar que es, para nosotros, un motivo de alivio que la mayoría de las utopías sólo hayan existido en la mente de sus creadores.

Después de la Utopía de Moro (1516) muchos escritores siguieron su ejemplo de utilizar sus utopías como medio para criticar los males de la sociedad. Esta costumbre se generalizó en el siglo XIX, cuando la búsqueda de utopías fue alimentada por el gran avance de la ciencia, considerada la llave del progreso. Tuvieron especial influencia la teoría de la evolución de Darwin, cuyo mensaje de la selección natural fue pervertido al convertírselo en “darwinismo social”, una propuesta de mejora humana en base a las lecciones de la «supervivencia de los más aptos» pero aplicada a las razas y sociedades. Asimismo, los descubrimientos de Mendel se pervirtieron en eugenesia, que prometía una forma activa de mejorar y purificar la raza humana, incluyendo medidas como la esterilización obligatoria. La teoría de Marx sobre el fin del capitalismo y advenimiento inevitable del socialismo, la desaparición de las desigualdades sociales, etc. Con cada invento aparecieron nuevos mundos felices. Después la psicología y medicina llevaron a la creencia de que hasta el carácter humano estaba al alcance de una transformación utópica, todo esto allanó el camino para varios de los horrores del siglo xx.

Consolidada la creencia de que era posible concretar en la tierra las promesas del paraíso (el reino celestial) se realizaron intentos inmensamente ambiciosos y equivocados para reformar la sociedad, aplicando la ciencia y la ingeniería social con ciertos parámetros ideológicos totalitarios populistas, que solo pudieron exhibir la capacidad del ser humano para transformar los sueños utópicos en pesadillas. Ocurrió en la Alemania nazi donde se  concretaron las espantosas consecuencias de la eugenesia y la política racial; la utopía comunista de Marx y Engels que se concretó en la colectivización agrícola y los gulags de la Rusia de Stalin; la Revolución cultural de Mao y su Gran Salto Adelante que impusieron por la fuerza la esterilización y una censura implacable. Estos experimentos sociales causaron la muerte de no menos de 100 millones de personas. “Un mundo feliz” de Huxley anticipa y advierte sobre los peligros de los experimentos utópicos, es uno de los grandes clásicos distópicos del siglo XX (junto a “1984” de H. G. Wells).


En “Un mundo Feliz” la estabilidad social se logra al costo de una existencia anónima inducida por drogas y lavado de cerebro en un sistema de castas manipulado mediante la eugenesia. La sociedad se divide en cinco castas, desde los Alfas dominantes hasta los serviles Épsilones. Cada individuo es incubado en un útero artificial, dentro de una especie de criadero, y después se le adoctrina para que acepte su lugar en la sociedad. A las castas más bajas se las contenta con el sexo promiscuo y el consumo de una droga alucinógena llamada soma. La comodidad y el orden logran abolir la ambición, el arte, el amor, la familia, la individualidad,  la curiosidad intelectual, incluso la libre voluntad. Huxley muestra sobre todo los horrores de un condicionamiento social extremo, un infierno ambiental, más que la eugenesia. Pero una lectura actualizada también puede alertarnos respecto a la clonación y la ingeniería genética, que pueden estar llevándonos hacia un «mundo feliz» en el que la libertad del cuerpo y de la mente podrían desaparecer, y que lo que está en juego en última instancia en lo que se refiere a la biotecnología es la propia base de la moral humana.